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“La casa no se asienta sobre la tierra, sino sobre una mujer”

(Proverbio mejicano)

Resumen

Este artículo se centra en un estudio sobre el pos-exilio, una época difícil: los esclavos, mujeres y niños en el destierro fueron presa de los soldados como botín de guerra, muchas se embarazaron, y sus hijos no eran ni judíos, ni extranjeros. Eran considerados impuros. Quienes se quedaron en Palestina y se casaron con mujeres extranjeras, fueron despreciados y, por ende, ya no eran “el pueblo de la tierra”, sino los “pueblos de la tierra”, mezclados e impuros, a menos que se deshicieran de sus mujeres e hijos.

La consecuencia es muy dura para el pueblo. Son las mujeres quienes llevan la peor parte. Ya la vida no es la Palabra de Dios, sino sólo la Torá y el segundo Templo, visto como planificación de la herencia davídica. Comienza a controlarse la palabra desde el poder sacerdotal, dominando progresivamente a la sociedad judía en base a la santidad y la pureza. Las consecuencias son graves, se dan mecanismos de opresión como el control de la palabra y el control del cuerpo (pureza vs impureza). Al momento que el pueblo no quería pagar al templo, se le obligaba a hacerlo, y para ello nada mejor que definirlos como impuro y dependiente. Sin embargo, son precisamente las mujeres, y en especial las extranjeras, quienes van forjando una nueva identidad desde el crisol del sufrimiento, con una tipificación propia, preparadas para ofrecer nuevos caminos.

Introducción

Algunos textos del pos-exilio dan cuenta de la realidad a partir de lo femenino, donde necesariamente el particularismo judío se amplía, universalizándose al incluir a los excluidos de la Alianza. Esto lo apreciamos al ver la humillación y el sufrimiento de los esclavos, esclavas y sus hijos (Cf. Is 40,27; 41,8.14; 53,2-8). Apreciamos el clamor de la madre abandonada por sus hijos (Cf. Is 51,18), del hijo arrebatado a su madre (Cf. Is 49,20), de mujeres estériles, repudiadas, vejadas, madres sin marido (Cf. Is 54,14). Al mirar a toda la gente oprimida que tropieza, tiene sed y desmaya por las calles (Cf. Is 40,29-30; 41,17; 51,20).

Personas que no dicen relación con el grupo del rey Joaquín y su corte en Babilonia (Cf. 2Re 25,27-30). Y, sin embargo, es de estos grupos que surge la buena nueva en una palabra de esperanza, consuelo, inclusión y anuncio de liberación. Son las madres que afirman que Dios es también Dios de las madres solteras y de sus hijos bastardos, de los excluidos, expulsados y oprimidos (Cf. Is 45,9-11).

Dios parece vestirse de mujer para mostrar un amor gratuito y benévolo que nos lleva a imitarle en el amor que compartimos con el prójimo, en especial con los desnudos, hambrientos, sin techo, presos, enfermos, olvidados y excluidos de nuestro mundo. El momento que vivimos en América nos lleva a robustecer la esperanza en el Dios liberador. Esta esperanza se fortalece dialogando con las tradiciones de liberación presentes en la Biblia. Dentro de esta historia de salvación nos situamos en el pos-exilio, tiempo de gran riqueza. Fueron 500 años de historia donde se consolidó el judaísmo como tal y se redactaron, en forma definitiva, los textos del Primer Testamento.

Textos que se escribieron en el contexto de un mundo androcéntrico, del cual las mujeres estaban excluidas. Por ello se entiende que muchos pasajes se escribieran en función de prejuicios masculinos, donde la mujer devenía, de compañera del hombre a objeto de adorno, siendo su presencia ocultada o invisibilizada. Todo lo que tiene que ver con lo femenino en la Biblia pasa por este prisma, y la mujer aparece como ciudadana de segunda dentro del universo judío, sujeta a los varios designios masculinos.

La teología desde la mujer tiene que ser considerada como una teología de liberación, porque parte de un contexto de opresión, dado que el dominio del varón en la Biblia es un hecho, como lo demuestra Esdras 9-10, que pone de relieve situaciones que justifican el rechazo y la marginación de la mujer, colocando la preocupación por la pureza y la impureza, de tal forma que amenaza los límites de la identidad femenina, en especial de las extranjeras y de las que fueron “extranjerizadas” por ser diferentes.

La tradición es conocida: las mujeres no hemos podido asentir a nuestra particularidad histórica y religiosa, porque se ha velado nuestra memoria pluridimensional. De allí que situemos esta reflexión en la línea de la lectura bíblica que crece en América Latina, que afirma la relación Biblia-Vida, y entabla un vínculo entre la labor exegética del especialista bíblico y la riqueza hermenéutica que viene de los apuros, resistencias, sueños y esperanzas de las personas empobrecidas y excluidas. La perspectiva es de exigencia, respeto y aceptación de la diversidad de rostros que conforman la sociedad. Rostros de mujeres negras, mestizas, blancas, indígenas…, cargadas de su propia memoria cultural.

No tenemos ante nosotros un simple comentario bíblico que pretenda analizar a las mujeres extranjeras en el pos-exilio, sino una invitación a trabajar la pastoral bíblica comprometida con la causa de las mujeres. Trataremos de ahondar en los paradigmas de interpretación tradicionales y cuestionarlos. No en vano, al hablar de la identidad femenina en la Biblia, debemos, como Moisés, descalzarnos porque estamos entrando en tierra sagrada…, para sentirla en todo nuestro ser y permitir que Dios envuelva nuestra capacidad de sentir y de comprender…

1.    Contexto histórico del pos-exilio

El reino de Judá experimentó un final trágico en el 587-586 a.C. El rey de Babilonia, Nabucodonosor, devastó Jerusalén, destruyó sus muros, arrasó el Templo y deportó a Babilonia a la población más elitista y culta de la ciudad, incluyendo sacerdotes y notables. La élite va al destierro como prisionera de guerra diez años antes, en el 597 a.C. Allí suponen que, al ser destruida Jerusalén, no queda más que desierto en Palestina, pero eso no es cierto.

Queda una parte importante de la población, la cual en el 587 a.C., con una segunda deportación, es llevada también a Babilonia como botín de guerra; son en su mayoría esclavos, mujeres y niños. En Palestina quedó el pueblo llano que no fue deportado y que se mezcló con los invasores. Es un pueblo sin casa, ni genealogía. Es cuando comienza a aparecer en la Biblia el tema de las “naciones” (Cf. Ez 33,21-29; Is 49,1-13; 63,15-16; Rut 1). La situación de los que partieron, así como la de los que se quedaron en Judá, era triste y desoladora. En ese tiempo fue la palabra profética la que alimentó la esperanza de días mejores, de un nuevo éxodo de regreso a la tierra.

planicies de Babilonia, Siria, Israel y Egipto, para llegar a formar el imperio más grande de Oriente. Estamos hablando del año 539 a.C., tiempo que podemos dividir en dos etapas: la primera corresponde a la reconstrucción de Judea (años 538-445 a.C.) y la segunda cuando Persia perdió ante Grecia la soberanía sobre Judea (años 445-333 a.C.).

Ciro dio confianza a los pueblos conquistados, permitiendo la repatriación y respetando sus costumbres y creencias, por lo cual fue visto con buenos ojos, tanto en documentos bíblicos (Cf. Is 44,28; 45,1-5) como extra-bíblicos (Cf. Crónica de Nabonid; Cilindro de Ciro). Ciro mandó a devolver los objetos saqueados al templo de Jerusalén y dio libertad a los exilados para que regresaran a su tierra. Textos como el Deutero-Isaías, Jeremías, 2Crónicas y Esdras hacen referencia al retorno. Sin embargo, muchos exilados que ya se habían establecido fuera de su tierra y logrado buenas condiciones de vida, no regresaron. Otros lo hicieron por apego a sus costumbres y con miras a reconstruir su identidad como pueblo. Nacen, entonces, diversos procesos de reconstrucción y con ello distintas visiones e identidades de pueblo.

Los persas dividieron el imperio en provincias que llamaron satrapías. Judea pertenecía a la Quinta satrapía, y su población se vio sometida a un rey extranjero que imponía normas y leyes, y era vigilada por un ejército que cuidaba el pago de tributos. El pueblo se vio como una pequeña comunidad étnica perdida en medio de un vasto imperio de muchas razas, del que surgieron diversos proyectos de reconstrucción.

Proyectos de reconstrucción

2.1 Sesbasar, jefe de la primera caravana: era príncipe de Judea y fue nombrado gobernador. El texto no informa sobre el número de personas que regresaron con él, quien tuvo el encargo de reconstruir el templo de Jerusalén (Cf. Esd 5,13-16). Sin embargo, encontró oposición al trabajo de reconstrucción (Cf. Esd 5,17), incluso por parte de la población que estaba más preocupada por reconstruir su propia casa que el templo (Cf. Ag 1,2-4).

2.2. Zorobabel, jefe de la segunda caravana: Escogido por los persas durante el gobierno de Darío I (522-486 a.C.) para conducir el segundo lote de exilados (Cf. Ag 2,20-23; Zac 6,914). Con él vinieron Josué y sus descendientes (Cf. Esd 2,2). Ellos culminaron la obra comenzada por Sesbasar, con el apoyo de profetas como Ageo y Zacarías. Este grupo se cree el pueblo legítimo y lo hace pensando en su derecho a la tierra y su vivencia en Babilonia, que le hace sentirse purificado por la experiencia del exilio. Zorobabel, como líder político se enfrentó a Josué, líder religioso, por lo que su visión fracasa, dado que el proyecto religioso triunfa sobre el civil. Su intención de ser un nuevo David, un nuevo Templo, una nueva ley centrada en la figura del rey fracasa, a pesar de la reconstrucción del templo, porque todo indica que el poder sacerdotal se impuso al político, de tal forma que a falta de rey, el Sumo sacerdote progresivamente ocupó ese lugar.

2.3 Nehemías y Esdras (445-333 a.C.): Estos dos personajes actúan en el segundo período persa; su mayor preocupación fue la reconstrucción de la comunidad judía (Cf. Neh 5,45). Tiempos en los que había una próspera comunidad judía en la diáspora, pero una gran carencia en los grupos que estaban en Judea. Nehemías trató de reconstruir las murallas, pero encontró resistencia, especialmente entre los samaritanos (Cf. Esd 4,7-23). Las dificultades surgían interna y externamente. Internas: en el orden económico (entre ricos terratenientes y explotadores y los pobres expoliados), por la infidelidad a las tradiciones religiosas y por el sincretismo atribuido a los matrimonios con mujeres extranjeras; externas: con los gobernadores de los países vecinos que se oponían a la reconstrucción (Cf. Neh 2,19.33).

Identidad judía a toda prueba

Cuando Ciro ordena la repatriación, siguiendo a Is 55-66, podemos colegir varios grupos dentro del pueblo:

** Los judíos que se quedaron viviendo en la diáspora. Para éstos, el camino de regreso debía hacerse después (Cf. Is 56,8).

**Un primer grupo sacerdotal pero no de levitas que venía con el objetivo del templo, el sábado, el ayuno, la pureza…, acompañado de un resto de esclavos e hijos de esclavos que buscaban liberación de la opresión. Lo hicieron en varios grupos. En Judea encuentran al pueblo de la tierra, a quien los esclavos se integran, dada su visión universalista. Son viñadores y labradores (Cf. 2Re 25,12) sin recursos económicos, cuya desesperanza los sumerge en una crisis de fe. No logran entender el celo religioso de quienes vuelven del exilio.

** Los extranjeros que se radicaron en Judá durante el exilio. Muchos de ellos tomaron las tierras abandonadas y no tenían la motivación de los repatriados (Cf. Is 60,10; 61,5).

El conflicto se da con el grupo sacerdotal. Si bien los dos últimos grupos tratan de ayudar en el proyecto de reconstrucción del templo para celebrar sacrificios (según la versión griega) o para hacer oración (según la versión hebrea), su ayuda no es aceptada ni por el rey ni por los sacerdotes, creando fuertes tensiones sociales. Finalmente, hacia el 515 a.C., el templo fue reconstruido bajo Darío. Han pasado 90 años del exilio (Cf. Neh 1,1).

Entre estos grupos hay diversidad de experiencias y cosmovisiones, siendo un desafío que se refleja en los escritos de la época, en los que el “pueblo de la tierra” toma un nuevo significado.

En un comienzo, la expresión se refería a toda la población libre que gozaba de plenos derechos civiles y ocupaba un territorio (Cf. Gen 23,7.12-13). Se aplicaba a Israel y a Judá antes del exilio, pero su uso se fue restringiendo a un grupo privilegiado: los propietarios de la tierra que tenían poder político (Cf. 2Cro 23).

En el pos-exilio aparece la expresión en Esdras y Nehemías, tanto en singular como en plural. En el primer caso se refiere a los habitantes de Samaria que fueron a Judá luego de la caída de Samaria bajo los asirios (722 a.C.). Este grupo se ofrece a ayudar en la reconstrucción, pero no fue bienvenida su ayuda (Cf. Esd 4,4-5).

Extranjero/a es una expresión que en hebreo es adjetivo verbal de la raíz zur = apartarse. Su significado más usual es “extranjero” en sentido étnico o político, es decir, no israelita, a veces con un matiz hostil (Cf. Is 1,7; Job 19,15) y opuesto a lo sacro (Cf. Lev 10,1).

El pos-exilio fue un tiempo difícil para el pueblo, en el que nacen grandes contribuciones teológicas institucionales, pero a su vez, surge un rico tributo en momentos en que la muerte está delante de la vida. Así nace la figura del “siervo”, en la que todos y todas debemos encontrarnos.

Los problemas se agudizan porque los campesinos no devuelven las tierras, no pagan el diezmo, ni se pliegan a los sacrificios del Templo, pues siguen en la miseria. Es el momento en que hay revueltas en Egipto y se hace importante tener como aliada a Judea. Es curioso que el pueblo de Israel nunca fuera marinero; sólo se menciona en Tobías que estaba en Nínive. Empieza a designarse la pesca como actividad económica –siendo un trabajo impuro–, cuando ya no tienen tierra para sembrar, porque la tierra estaba en manos de propietarios y terratenientes.

Los que se quedaron en Babilonia no eran hijos del destierro; estaban allá porque así lo quisieron y en su mayoría se definían como cercanos al rey, con quien establecieron relaciones de alianza, por lo que no vivían una perspectiva profética, ni cuestionaban el poder en medio del cual vivían. Tenían recursos, pero no venían de la tierra (Nehemías fue copero del rey; Tobías era administrador del soberano; Mardoqueo y Daniel son funcionarios…). Lo curioso era que, por vez primera, estaban en el exilio y sentían que Dios estaba con ellos, a pesar de no tener la propiedad de la tierra. Vuelve para ellos con fuerza la visión del Dios Altísimo de los cielos, que mira desde arriba.

La gran obra de Esdras y Nehemías fue hacer que el pueblo viva alrededor del templo y de la ley. El grupo de Babilonia, con el apoyo del rey, elaboró un proyecto para preparar las cosas, lo cual está explícito en los capítulos agregados al libro de Ezequiel (4048), en los que se resume los puntos económicos, sociales y políticos con los que tiene que vivir el pueblo en Judea, proyecto que se implanta con dificultades, pero que logra imponerse finalmente.

Esdras y Nehemías apuntan a una solución al conflicto de la tierra: “lo puro y lo impuro”. Los esclavos, mujeres y niños, en el destierro, fueron presa de los soldados como botín de guerra; muchas se embarazaron, y sus hijos “bastardos” no eran ni judíos, ni extranjeros. Eran considerados impuros.

Quienes se quedaron en Palestina y se casaron con mujeres extranjeras eran despreciados y, por ende, ya no eran “el pueblo de la tierra”, sino los “pueblos de la tierra”, mezclados e impuros, a menos que se deshicieran de sus mujeres e hijos. De otro modo, no podían más que trabajarla. Por lo tanto, los campesinos no podían poseer la tierra, de la que serán expropiados por el rey a favor de los verdaderos israelitas, crisoles de santidad y pureza. Son ellos quienes tienen derecho a la propiedad.

Lo más grave es que al ser ley real, es también ley de Dios. La ley del jubileo es de ese mismo período, así como el diezmo que se establece de manera sistemática en torno al centro: el Templo, el sábado, la Ley, la circuncisión, la pureza e impureza, el sacerdocio, el sacrificio…

Esdras, en las tierras de Judea, busca que la gente viva conforme a los intereses del rey y del grupo ligado al rey en la diáspora. Al centro de todo está la tierra y la necesidad de construir, para garantizar el tejido social del texto (Cf. Ez 40-49). Se valen de estos textos para asegurar que Dios no se quedó en Jerusalén al ser destruida, sino que acompañó a los exilados a Babilonia. A la vuelta, Dios sube a su gloria en carro y vuelve a Jerusalén, donde gobierna a través del Sumo Sacerdote. El conflicto es resuelto de manera tal que los pobres de la tierra pierden la hegemonía, y los sacerdotes van a tener la nueva supremacía en Jerusalén. Judea pasará a ser gobernada de forma hierocrática, es decir por sacerdotes. La mayor autoridad será el Sumo Sacerdote que es sacralizado en este tipo de sociedad, porque representa a Dios, usa ropas especiales, hace gestos que sólo él puede hacer, como pasar por detrás del velo que separa el lugar

santísimo, o usar el nombre de Yahvé… todo eso hace de él una figura totalmente única. ¡Casi como Dios mismo!

Con el Sumo Sacerdote, una asamblea más tarde llamada Sanedrín, reúne a los ancianos de la ciudad, casi todos sacerdotes. El pueblo queda dividido entre puros e impuros, propietarios y siervos; al centro de esta ciudad está el templo, ya no más el palacio del rey. Por largos siglos no va a haber más rey en Jerusalén. El templo es la médula. Por eso la ciudad va a ser llamada teocrática, es decir ¡gobernada por Dios! El templo es el palacio y hasta el almacén…

Nehemías lo va a decir claramente: “Los israelitas y los levitas llevan las ofrendas de trigo, vino y aceite a los almacenes; allí está el ajuar del santuario y viven los sacerdotes que están de servicio, los porteros, los cantores”. El pueblo de la tierra tiene que sustentar toda la administración teocrática de Jerusalén. Y eso lo hace a través del diezmo y de otros tipos de ofrendas obligatorias que se pueden leer en Neh 10. El diezmo del trigo, del aceite, del vino. El 25% para el rey, más el 10% para el templo. El 35% del producto es mucho. De hecho, el diezmo no funcionó mucho. Si era necesario ir de casa en casa, quiere decir que la ofrenda no era muy espontánea.

¿Cómo se da la relación de expropiación? Por partida doble: una como tributo, el cual era pagado por el Sumo Sacerdote al emperador persa. Pero, el Sumo Sacerdote no pagaba el tributo con su dinero, sino que lo recargaba a los que producían. Entonces, el pueblo de la tierra pagaba el tributo al Sumo Sacerdote, y el Sumo Sacerdote al emperador. El templo da identidad nacional, etnia judía que no depende sólo de la posesión de la tierra, porque a ella pertenecen también los judíos de la diáspora, por ejemplo, de las comunidades de Babilonia, África y Asia Menor, con sus judaísmos particulares, pero todos pertenecientes a la gran familia judía. Habrá tres tipos de pertenencia:

**Los que son judíos porque nacieron judíos.

**Los que nacieron no judíos (goy) y se hicieron judíos (prosélitos).

**Los que ni nacieron ni se hicieron judíos, pero eran simpatizantes y vivían en medio de ellos (temerosos de Dios).

Antes, los israelitas lo eran “por nacimiento y por pertenencia al pueblo escogido”. Ahora, dentro de la nueva tendencia universalista del imperio, los judíos sólo pueden surgir y conservarse como tal, si concretizan su voluntad de ser judíos, optando por un modo de vida diferente en el plano religioso y social. Coincido con Javier Pikaza cuando afirma que: “en este contexto se suscita el problema de las relaciones con los otros pueblos y el de la pureza étnico-religiosa, que se expresa de un modo especial en la prohibición de matrimonios mixtos”.

Rebeca Cabrera

Revista de Interpretación Bíblica número 69